Hacía ya mucho tiempo que mi amigo venía
diciendo que se le estaba hinchando cierta parte de su anatomía. Y a
base de bien. ¡No se imaginan ustedes con qué contundencia solía
decirlo! Fue por eso que, cuando volvió a escuchar por enésima vez
aquello de “buscamos otros perfil” decidió que ésa sería la última vez
que estaba dispuesto a oír esa frase.
El vocablo “perfil”, muy utilizado por los responsables de Recursos
Humanos, tenía parte de culpa de dicha hinchazón. En esos departamentos,
las empresas o entidades suelen catalogar, clasificar y determinar la
valía de las personas en cuestión de minutos.
Por mi parte, no siendo un entendido en la materia, catalogaría su
perfil como el de “el clásico currante de toda la vida”. Pero con
matices importantes. Es decir, ciertamente se trata de uno de esos
trabajadores que ya tienen el cuerpo acostumbrado a muchos madrugones, a
las seis de la mañana, a las cinco y media o a la hora que convenga
para llegar puntual a una dura jornada laboral. Pertenecía a esa clase
de trabajadores que, además del salario, también buscaban el
reconocimiento a su esfuerzo y la satisfacción del trabajo bien hecho,
consciente de que no existe otra forma de ganarse el pan que con el
sudor de la frente.
No podía ser de otra manera, pues así habían sido las cosas en su
casa, así lo habían educado sus padres y los padres de sus padres, y así
le habían enseñado que podría llegar a labrarse un porvenir. Tampoco me
extrañó cuando me confesó en cierta ocasión, con cierta mezcla de
arrepentimiento y rencor, que hasta no hace mucho presumía incluso de
los años que era capaz de aguantar trabajando sin pillar un solo día de
baja laboral por enfermedad, así estuviese agonizando. Realmente,
cualquiera que sea el nombre técnico de su perfil oficial, les aseguro
que ése es un aspecto que encaja perfectamente con el suyo.
Lamentablemente, parece ser que estas cualidades ni siquiera tienen la
categoría de perfil, y por lo tanto son despreciadas.
Pero ahora llegan los matices que vienen a enriquecer su valía, pues
con la definición de “clásico currante” alguien podría pensar
erróneamente que se trata de una persona muy trabajadora, sí, pero tal
vez excesivamente rígida, adaptada a un trabajo rutinario y poco
cualificado, algo así como “de la vieja escuela”. Nada de eso. Aunque
sus inicios laborales, ya de jovencito, fueron duros y sus primeros
trabajos no requerían demasiada cualificación, sé de buena tinta que a
la vez que trabajaba, y gracias a su primer sueldo, consiguió realizar
estudios universitarios, convencido de que el esfuerzo y la constancia
traerían su recompensa. La vida nunca le había regalado nada. Siempre
adaptable a las circunstancias y las necesidades del momento, ya sea
trabajando en solitario o en equipo, nunca entendió a aquellos
compañeros que solían decir “a mí no me pagan para hacer esto”. Como él
decía a menudo, una vez está uno en su puesto, de lo que se trata es que
salga bien el trabajo.
Con los años, tras una larga trayectoria laboral en un puesto mal
pagado y desagradecido, y gracias a una experiencia laboral previa,
llegó a trabajar en la Generalitat de Catalunya, en un cargo que
requería cierta responsabilidad y conocimientos. Dado el nivel de
enchufismo existente, es importante destacar lo de la “experiencia
previa”. Y allí estuvo de forma intermitente durante casi cinco años, de
contrato en contrato. De haber entrado quizás una década antes, y con
un poco de esfuerzo, ya habría tenido trabajo asegurado para toda la
vida. Pero para entonces la crisis ya estaba arrancando y los contratos
de los que disfrutaba siempre eran temporales. Cuando no había trabajo,
procuraba formarse en cualquier chorrada en algún curso de esos que
ofrecen en los Servicios de Empleo, donde se ofrece de todo menos
empleo, y que como todos sabemos sólo sirven para bajar de forma
ficticia las cifras del paro, ya saben ustedes, que si Windows básico,
que si un poco de Excel o Photoshop…. A veces reía diciendo que sólo le
faltaba hacer macramé, sin saber mucho a qué se refería con eso.
Todo comenzó a complicarse cuando Artur Mas y su partido ganó las
elecciones por primera vez, prometiendo que no habría recortes.
Entonces, los recortes se intensificaron. A partir de ahí los contratos
temporales eran cada vez más espaciados, y entre contrato y contrato se
le iba agotando la prestación por desempleo. Buscar un trabajo
alternativo en plena crisis se había convertido en una quimera, y cuando
por fin regresaba a la oficina tras una larga travesía por el desierto,
muchos de sus anteriores compañeros ya se habían quedado por el camino.
Sencillamente no los habían reclamado. – ¿Cuándo me tocará a mí? – se
preguntaba siempre angustiado. Y la angustia se le alojó en el estómago y
le afectó también a los pulmones, pues los catarros comunes y las
gripes se le complicaban al pillarle siempre bajo de defensas. Y cómo
no, acabó alojándose también en su sistema nervioso. Sin contar con
ciertas partes de su anatomía tendentes a la hinchazón, aunque ésta
fuera figurada.
Finalmente, en un momento dado, más de 350 trabajadores de su
departamento se quedaron en la calle de golpe, con la perspectiva de no
volver nunca más. Él entre ellos. Por aquel entonces, las banderas
independentistas ahogaban los gritos desesperados de aquellos cientos de
trabajadores cuyo caso no era noticia. Cientos de empleados perdían
también su empleo cada día, y eso tampoco era ya noticia.
- ¡Oh!- Si la autocensura de lo políticamente correcto me permitiera
redactar las expresiones con las que él, con tan pocas, precisas y
contundentes palabras, expresaba sus emociones y describía su
experiencia de los hechos, estoy convencido de que los lectores de este
relato, más allá de que alguien pudiera hipócritamente escandalizarse
por el vocabulario empleado, podrían comprenderlo mejor.
Y así se encontró casi a los cuarenta años buscando trabajo como un
desesperado, mostrando “perfiles” y tratando de “adaptar” currículos. En
un momento dado me dijo que con esto de la crisis y habiendo tanto
personal a escoger para los escasos puestos de trabajo, debía ser que
estos de “Recursos Humanos” se veían obligados a reinventarse
constantemente y ponérnoslo más difícil para justificar su empleo y
sueldo, antes de que alguien descubra que lanzar una moneda al aire a
cara o cruz proporcionaría a las empresas similares resultados a un
precio más económico. De hecho, en una ocasión logró participar en un
proceso de selección para un plan de ocupación de unos meses en un
ayuntamiento en el que la fase final no fue otra que un sorteo aleatorio
en base a un número asignado. Me dijo que tal vez fue el proceso más
justo y equitativo de todos los que participó, aunque lo mismo le podía
haber tocado una plaza a él, como a un individuo visiblemente perturbado
que andaba por allí y no hacía más que repetir a todo el mundo que
aquello era tongo, que estaba todo amañado, y afirmaba a gritos cosas
muy feas sobre la profesión de la madre de la alcaldesa y de la propia
alcaldesa. Por lo visto, ni él ni el perturbado tuvieron suerte.
Peor suerte tuvo un amigo común, suyo y mío, que a la sazón había
participado en otro proceso de selección de otro ayuntamiento y acabó
recibiendo una calificación de “No Apto” para un puesto de electricista,
sector en el que había trabajado durante diez años. Surrealista.
Mientras tanto, fueron muchas las experiencias humillantes que sufrió
a causa de los “perfiles” en empresas a las que él solía describir con
cierta palabra escatológica. A veces también se refería a ellas
simplemente pronunciando la consonante “M”. Trabajos de “M” con
contratos de “M” y salarios de “M”. Aún así; -¡Qué desgraciado soy!
-pensaba. Pues hasta la “M” se la negaban.
Trabajó unos días, quizás semanas, en eso que se llama telemarketing
y que consiste en vender por teléfono. Parece ser que consiguió vender
algunos trastos inútiles a inocentes ciudadanos que ni los necesitaban
ni les sobraba el dinero para comprarlos, pero estando aún a prueba, un
mal día en el que los nervios le hicieron una mala jugada, no alcanzó
los objetivos establecidos. “No da usted con el perfil que buscamos”.
-Le dijeron al finalizar la jornada.
En ese momento, se vio forzado a practicar una fuerte contención
muscular con la que consiguió frenar a tiempo la repentina fuerza
descomunal que impelía a su mano derecha salir disparada en forma de
santísima hostia contra el perfil izquierdo de quien, pensó, al fin y al
cabo, tampoco tiene la culpa. No es más que el mensajero. Sin embargo
el esfuerzo de contención que realizó para evitar la catástrofe, no hizo
más que agravar el problema de su hinchazón. No obstante, nada le
impidió soltar un par de exabruptos y decir cuatro cosas bien dichas
sobre los dichosos perfiles y dónde se los podían meter los de Recursos
Humanos, lo cual le permitió rebajar la tensión muscular de la mano. Se
marchó dando un portazo. Total de ganancias, unos treinta y cinco euros,
sin contar gastos de transporte.
Tristeza, depresión, desmoronamiento de la autoestima. Las lágrimas
brotaban mientras descubría que eso que le habían enseñado de que los
hombres no lloran, simplemente no era cierto. Solo que algunos lo hacen a
escondidas. No había pasado ni una semana cuando le llamaron otra vez
de la misma empresa de telemarketing, pues había en marcha una
campaña de tarjetas de bancarias y necesitaban personal. La vida, pensó,
nunca dejaría de asombrarle. Nunca había rechazado un trabajo y esta
vez no haría una excepción, así que volvió a dicha empresa. Aquello duró
lo que duró, y mientras tanto, procuró no cruzarse con la persona del
portazo. Total de ganancias, ciento veinticinco euros, gastos de
transporte incluidos.
Aún tuvo una racha de suerte y volvió a conseguir un contrato de
interino en su antiguo departamento por un breve periodo de tiempo. Pero
nada más. Eso le permitió superar sin ayuda de nadie el último palo de
hacienda, pues todos sabemos lo que sucede cuando se acumulan varios
pagadores en un mismo año. Nunca tuvo que pagar tantos impuestos como
cuando menos se lo podía permitir.
En su continua lucha por la conquista del pan, fueron numerosas las
anécdotas que se cruzaron por su camino. Realizó un curso de
emprendedores en ESADE, para mejorar currículum y por aquello de
intentar el autoempleo. Aprendió algunas cosas interesantes, otras que
le escandalizaron, y a veces reía por no llorar cuando recordaba alguno
de los consejos les daban en clase, como por ejemplo, que valía la pena
invertir unos 20.000 euros en una buena página web para cualquier
negocio. Total, dijo el profesor con desprecio, es lo que me cuesta un
trabajador durante un año. Unos genios, estos de ESADE.
Cierto día, para aspirar a un puesto de venta de libros en unos
grandes almacenes, de esos clasificados con una “M” y con contrato y
sueldo de la misma categoría, le hicieron jugar con una pelotita que los
aspirantes se iban pasando unos a otros mientras recitaban palabras
encadenadas. Le obligaron a inventarse un cuento infantil sobre la
marcha, a jugar a las adivinanzas… y no recuerda cuántas tonterías más
(Sic). No era la primera vez que para una entrevista laboral le tenían
casi una hora “haciendo el gilipollas”, tal y como lo describió, en una
especie de circo donde más bien parecía que se reían de uno, cuando de
lo que se trata es de algo tan serio como de encontrar un puesto de
trabajo.
- Solo les falta que le pidan a uno hacer equilibrio saltando a la pata coja mientras hace palmas con las orejas- Ironizaba.
Pero lo peor de todo fue que, tras entregarse en cuerpo y alma a las
payasadas que le exigían, el tribunal ya había dictado sentencia. Un
tribunal formado, según su opinión, por un par o tres de “criajos” que
seguramente no acumulaban más horas de vida que él en horas extras
trabajadas. -¿Qué sabrán éstos? -Se preguntaba. Pero “éstos” le dijeron
que no tenía el “perfil adecuado”. Claro que eso no se lo dijeron en
persona, sino mediante correo electrónico. Nuestro amigo dedujo que eso
de las tensiones musculares que impelen manos abiertas contra perfiles
ajenos ya debía haber ocurrido antes, y en más de una ocasión,
probablemente el sujeto debió de carecer de la capacidad de contención
necesaria, así que estarían tomando medidas al respecto.
Nadie le dijo el porqué de su rechazo, si la edad, la formación…Estar
parado con casi cuarenta años le acomplejaba bastante. Lo que sí tenía
claro es que, al parecer, con estudios o sin ellos, con currículum o sin
él, había quien opinaba que no servía ni para vender libros. Una
humillación que agravaba insoportablemente la dichosa hinchazón que con
la que comenzaba el presente relato.
Para colmo, la sombra de la sospecha que se cierne sobre cada parado,
también le acechaba desde hacía tiempo. A pesar de que él mismo admite
que durante el proceso de la búsqueda de empleo siempre existen momentos
en los que el desánimo termina por hacer mella. Hay ocasiones en las
que uno realmente se siente inservible, una especie de trasto viejo que
no sabe dónde apartarse para no molestar, y parece ser que las
instituciones son incapaces de ofrecer una ayuda eficaz una vez llegados
a esta fase del proceso. Y en las otras fases tampoco.
La verdad es que quien no vive una experiencia de paro de larga
duración de primera mano, es incapaz de entender lo que se siente y lo
que se piensa, y me temo que pocos de los que actualmente gobiernan o
pretenden hacerlo, lo han experimentado en primera persona. Por supuesto
no faltaron amigos y familiares que intentasen echarle una mano, pero
en esta crisis, incluso los privilegiados que por su estatus antes
podían mirar por sus más allegados, ahora bastante tienen ellos con
mantener su propio empleo.
Recuerdo un día en el que tomando un café, me habló de su servicio
militar. Por su edad se vio obligado a realizarlo. Decía que era curioso
cómo en aquel ambiente que se suponía duro y autoritario, y realmente
lo era, resultó ser donde menos tuvo que madrugar, donde menos tuvo que
trabajar, donde menos órdenes contradictorias tuvo que cumplir, y a
pesar de no cobrar un sueldo, tenía garantizado lo que un sueldo ya no
garantiza hoy en día, como es un techo, la ropa, la comida y las
necesidades básicas cubiertas. Además parecía ser que entre los reclutas
no se pedían perfiles, allí encajaban todos.
Finalmente, tal y como decía al principio y con un grado de hinchazón
ya bastante importante, nuestro amigo volvió a escuchar por enésima vez
aquello de “buscamos otro perfil”. Entonces recordó que no hacía mucho,
un conocido suyo que años atrás había emigrado a Francia, le había
contactado para explicarle que en aquel país había trabajo suficiente
para quien quisiera trabajar. En el campo, claro está. Y como mi amigo
lo que quería era trabajar, no se lo pensó dos veces. Tampoco podía
permitirse el pensárselo mucho. Nada tenía ya que perder. El desempleo
empieza por corroer la autoestima, y si se alarga acaba con cualquier
proyecto vital, destrozando la vida social, de pareja, familiar… y eso
es lo que ya le estaba sucediendo desde hacía demasiado tiempo. Pero ese
ya es otro tema del cual, a pesar de su crudeza, no tengo permiso para
profundizar en él, quizás por ser él poco dado a dramatizar. **
Lo primero que le sorprendió al llegar a aquel país fue que nadie le
preguntó por los malditos perfiles. Solo estaban interesados en saber si
mi amigo estaba dispuesto a trabajar duro. –Eso es lo mío. –respondió;
con un ligero temblor en la voz que solo él fue capaz de percibir. El
pánico a no estar a la altura le oprimía la garganta. Le presentaron al
jefe, al cual todos llamaban “el patrón”. Eso le gustó, las cosas por su
nombre, para bien y para mal. El patrón, que por fortuna hablaba
también su idioma, le preguntó por su experiencia en el campo, y ahí,
aunque no hubieron perfiles de por medio, sí que tuvo que echarle cara
al asunto. Su única herramienta de trabajo en los últimos cinco años
había sido el teclado de un ordenador.
–Humm… bueno… Algo de experiencia sí que tengo. –Respondió vagamente.
A mi amigo nunca se le dio bien la mentira, ni aunque la disfrazase con
eufemismos, y deduzco que eso debió ser una desventaja a la hora de
buscar empleo frente a los que saben bien cómo “adaptar” currículos o
“preparar” entrevistas a conciencia.
Parece bastante claro que, de haber mediado perfiles en el asunto,
jamás le habrían aceptado. Aún así, sin más preámbulos, se le abrieron
las puertas del campo y se echó al monte, literalmente. Huelga decir que
los primeros días, físicamente le dolía hasta el alma. El aliento del
patrón no se separó de su nuca durante días, hasta hacerle rendir como
el resto de los compañeros que llevaban años en esas tareas, algunos de
los cuales parecían haber nacido en el campo, en aquel campo en
concreto, y haciendo aquellas tareas concretas.
Fue gracias a la solidaridad y la ayuda con la que fue tratado por
parte de algunos de sus nuevos compañeros de trabajo, inmigrantes como
él, que consiguió superarse a sí mismo. No exagero si digo que en algún
caso, estando totalmente solo en un país extraño que sentía hostil, con
una lengua y costumbres que no conocía, fue acogido como uno más de la
familia por parte de quienes apenas acababan de conocerlo. Así pudo
resistir día tras día, largas horas con las rodillas hincadas en el
suelo, el cuerpo empapado de sudor, los brazos y el rostro acribillados
por picaduras de insectos, la espalda molida y la piel chamuscada por el
sol, mientras el calor le abrasaba la cabeza bajo la gorra.
Recogía fruta, limpiaba monte, arrancaba malas hierbas, montaba y
desmontaba invernaderos a base de pico y pala...Comenzaba la labor poco
antes de la salida del sol, y en ocasiones no terminaba la jornada hasta
la puesta. Nunca faltaron las bromas y el sentido del humor en aquel
ambiente. Era un ambiente muy distinto a lo que había conocido en aquel
otro mundo de oficinas, competitividad, Recursos Humanos y perfiles.
Sobre todo en los últimos años. Ni que decir tiene que me refiero
solamente a su experiencia personal, la cual no ha de concordar con la
de otros emigrantes ni ha de ser representativa de nada.
Cabe añadir que tras llevar una vida sedentaria y llena de penurias,
sin dinero ni ganas para gimnasios y dietas estrafalarias, su físico se
había resentido, ahora bastante mejorado a base de trabajo muscular, sol
y aire puro, tal y como pude comprobar recientemente.
Así pues, en cuanto a los perfiles, dice mi amigo que los
trabajadores solo tenemos dos, el izquierdo y el derecho, pero para
trabajar usamos las manos, la cabeza, y también, según dice él, otras
partes del cuerpo que… en fin… omitiré redactar la expresión por no
entrar dentro de lo políticamente correcto.
A todo esto, no quiero terminar sin añadir una última anécdota.
Analizando su recorrido y el contexto de crisis y recortes en el que se
vio obligado a emigrar, y conociendo cómo rabiaba cuando veía que tanto
por un lado como por el otro solo se hablaban de banderas y naciones, en
mala hora se me ocurrió preguntarle cómo veía él desde su exilio
francés la actualidad política de Catalunya. Por respuesta se limitó
indicarme con un gesto qué partes de su anatomía, propensa a
hinchazones, no debía volver a “tocarle” jamás, seguida de lo que
probablemente fue una de las primeros expresiones que, mientras atizaba
con el pico y la pala, debió aprender en la bella lengua de Víctor Hugo,
Balzac o Molière: Putain de merde!
*Este relato, cuya redacción, en principio debía haber realizado mi
amigo a petición mía, pues dada su experiencia me parecía interesante
para un blog, finalmente la he acabado redactando yo con su permiso, al
tiempo que me rogaba que puliera sus “palabras de rudo obrero
agrícola”,pues con un perfil como el suyo, ironizaba, nadie le tomaría
en cuenta.
**Por mi parte, le pido a mis lectores, que no se molesten mucho en
averiguar si esta historia es cierta o ficción. Les puedo asegurar que
la realidad no sólo supera la ficción, sino que en ocasiones, es incluso
necesario suavizarla para hacerla creíble.
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